Este artículo fue publicado originalmente en la revista Astronomía por Enrique Joven y Nick Pelling, el año 2008.
Lo reproduzco de nuevo íntegramente aquí para aquellos (muy) interesados en el origen del telescopio, especialmente a raíz de la reciente publicación en Crónicas de AstroManía - El País de una colaboración mía de la misma temática. El enlace puede encontrarse aquí: ¿Quién inventó el telescopio?
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Desde su aparición y uso como anteojos, quizá en 1286 en Italia, tanto las lentes cóncavas –recomendadas “para jóvenes”, pues corregían la miopía–, como las convexas –“para distintas edades adultas”, pues corregían la presbicia–, eras ampliamente utilizadas de forma individual hasta el siglo XVI. Pero ni los inventores más ingeniosos fueron capaces de disponerlas adecuadamente para formar el telescopio más simple. Si podía mejorarse la visión de forma tan notable, ¿por qué no construir dispositivos ópticos para solucionar otras necesidades? Podrían imaginarse ingenios para ver a largas distancias con propósitos militares o navales –no en vano, el primer término para denominar el telescopio fue
spyglass (o
vidrio para espiar, traducido simplemente como
catalejo)–, hacer mapas topográficos, observar la naturaleza o, por supuesto, escudriñar el Cielo. La demora en su descubrimiento pudo deberse a la errónea teoría óptica de la época, que afirmaba que la imagen en la visión humana se formaba no en la retina al fondo del ojo, sino en algún lugar delante de él. Habría que esperar al genio matemático de Johannes Kepler para encontrar la explicación a posteriori del funcionamiento de los famosos telescopios de Galileo, ubicando correctamente la imagen formada.
Aunque fueron muchos los que reclamaron la invención del telescopio, o adujeron haber puesto las bases para la misma, no fue hasta el año 1608 –sólo uno antes de su uso astronómico por Galileo– cuando se tiene constancia veraz de la combinación certera de dos lentes en un tubo para dar lugar al primer telescopio. Los
ochialli –spyglasses–, oculares, o lentes de perspectiva, no recibirían su actual nombre,
telescopium, hasta el año 1611, en un banquete celebrado en Roma y ofrecido en honor a Galileo. Pero, ¿quién fue su inventor real? Los primeros historiadores sostenían que había sido un holandés, mientras que posteriores investigadores han sugerido varios nombres italianos. Nuevas evidencias, apuntan hacia otra localización, España. Por aquel entonces el territorio holandés esta sumido en una cruenta guerra civil, que se prolongaría cuatro décadas. Los bandos enfrentados eran, por una parte, las fuerzas españolas ocupantes –católicas–, y por otra las siete provincias rebeldes del Norte –protestantes–. Una débil tregua, que se mantendría durante doce años, dio lugar a un precario equilibrio. Para garantizar éste, La Haya se pobló de embajadores y observadores de casi todos los países europeos.
El 25 de Septiembre de 1608, un hombre “humilde, piadoso y temeroso de Dios” se atrevió a entrar en este delicado laberinto de envidias e intereses políticos para mostrar su nuevo invento –“y ver objetos lejanos como si estuvieran cerca”–, al líder de los holandeses, el príncipe Mauricio de Nassau. Era Hans Lipperhey, artesano de Middleburg, una ciudad costera con grandes talleres para trabajar el vidrio. El príncipe mostró el ingenio a los dirigentes de las otras provincias, así como al propio comandante en jefe de las tropas españolas, el muy sorprendido marqués Ambrosio Spínola, que afirman exclamó: “A partir de ahora no podré estar más tiempo seguro, ya que me verás llegar a lo lejos…” Las historias y rumores sobre el, en principio, modesto catalejo, se propagaron con rapidez. Pronto se supo de él fuera de La Haya y Holanda, alcanzando España, Francia, Italia y casi toda Europa antes del final del año. Desde el principio se intuía que podría utilizarse también para escudriñar los cielos: “incluso las estrellas que normalmente son invisibles a nuestros ojos por su pequeñez y debilidad pueden ser vistas con este instrumento…”
El 2 de Octubre de 1608 Lipperhey envió la pertinente petición para patentar el telescopio, y sólo cuatro días más tarde recibió un generoso adelanto de 900 guilders para la construcción de tres pares de binoculares. Sin embargo, pocos días después –el 14 de Octubre–, el Comité de Consejeros de Zelanda entrevistó a un joven desconocido, “que hubo demostrado lo mismo con un instrumento similar.” Para mayor confusión, tres días más tarde –el 17 de Octubre–, otro artesano fabricante de anteojos nacido en Alkmaar y de nombre Jacob Metius, recibió 100 guilders por su propia idea –en principio, independiente– del telescopio. Todavía en años posteriores otros artesanos holandeses reclamarían sus derechos. Así un tal Johannes Sachariassen afirmaría en 1655 que su padre, Zacharias Janssen, habría fabricado no sólo un telescopio, sino también un microscopio, alrededor del año 1590. Bien es cierto que Sachariassen matizó estas afirmaciones con posterioridad, declarando que su padre había copiado o, en el mejor de los casos, adaptado el diseño en 1604 después de examinar un telescopio propiedad de un italiano y que estaba fechado en “Anno 190” (supuestamente, 1590). Con independencia de quien fuera el primero que lo construyó, las copias sucesivas siguieron el mismo diseño básico de aquéllas aparecidas en Holanda, lo que se dio en llamar de forma lógica “diseño holandés”. De hecho, casi cualquiera podía construir un catalejo si tenía las lentes apropiadas: una cóncava –el ocular– y una convexa –el objetivo–. Tanto fue así que las autoridades holandesas declinaron conceder la patente, y ni Lipperhey ni Metius fueron reconocidos como sus inventores. Hoy en día, y a pesar de éstos y otros interrogantes, la mayoría de los libros de texto y divulgación que podemos consultar siguen otorgando la presunta paternidad del telescopio a Hans Lipperhey.
Pero sigamos con la historia. Los telescopios de “diseño holandés” se extendieron rápidamente por toda Europa. En Abril de 1609 ya podían comprarse en París, y en Mayo fueron vistos algunos en Milán y otras ciudades. Ese mismo mes Galileo oye hablar de ellos, y su aparición es confirmada por su discípulo y amigo, el francés Jacques Badovere. Y en Padua, construye de inmediato en Julio su primer telescopio, que magnifica tres veces. En Agosto, y desde el campanario de la catedral de San Marcos en Venecia, Galileo demuestra a la nobleza el poder magnificador del invento en sus manos. De inmediato, y dándose cuenta de su importancia militar, el Senado Veneciano contrata a Galileo de por vida. Éste mejoró y refinó su diseño hasta conseguir telescopios capaces de magnificar treinta veces. Como es de sobras conocido, el telescopio reveló muchos secretos de los cielos a los ojos de Galileo, tales como las fases de Venus, las altas montañas lunares o los cuatro satélites principales de Júpiter, así como la extraña forma de Saturno –que acabaría desvelándose como un sistema de anillos para Huygens pocos años después–, y las manchas solares. Uno tras otro aparecieron nuevos argumentos apoyando la teoría copernicana del heliocentrismo, que tanto Galileo como su coetáneo el alemán Johannes Kepler sustentaban. La oposición radical de la Iglesia a las nuevas –y certeras– teorías sobre el funcionamiento del cosmos terminó con el italiano en el famoso juicio de la Inquisición de 1633 en Roma, proceso en el que fue obligado –cansado, viejo y casi ciego de tanto observar el Sol– a abjurar de todo aquello que había demostrado. De poco sirvió porque la concepción del mundo estaba cambiando, y el Renacimiento científico acabaría por imponerse al inmovilismo religioso imperante en la época.
Galileo Galilei (1564-1642), uno de los padres de la Astronomía moderna y el primero en utilizar el telescopio para mirar al Cielo. En la figura superior, fotografía de uno de sus telescopios refractores, de magnificación x20. Abajo, portada de su famoso “Sidereus Nuncius”, publicado en Venecia en 1610, y página interior mostrando el esquema de funcionamiento de sus telescopios
El hecho cierto de que el telescopio fuera el artífice de esta revolución científica hizo que no pocos investigadores e historiadores intentaran acercar la gloria de su descubrimiento hacia ellos y hacia sus respectivos países de origen. Ya vimos como en Holanda varios inventores –principalmente Lipperhey y Metius– reclamaron su paternidad. Pero también fuera de Holanda muchos dieron un paso adelante en el intento de conseguir dicha gloria. Para Nápoles, el prestigioso inventor Giovanni Battista Della Porta reclamó y argumentó haber descrito un telescopio –aunque no el conocido como “modelo holandés”– en sus libros
Magia Naturalis (1589) y sobre todo
De Refractione (1593). También el florentino Rafael Gualterotti manifestó haber construido su propio y modesto catalejo alrededor de 1590. Incluso el mismo Galileo, en pugna epistolar con el anterior, pretendió ser su inventor además de su mayor impulsor. Si lo segundo es evidente, lo primero es incierto, aunque Galileo argumentaba que él no se había dejado guiar por el azar como el resto. Pero es otro italiano, el milanés Girolamo Sirtori, quien afirma que el primer inventor real del telescopio no es italiano, sino español. Sirtori es el primer autor que escribe un libro –
Telescopium sive ars perficiendi novum illud Galilae visorum instrumentum ad sydera– acerca de la invención del telescopio (1612). Girolamo Sirtori no sólo nombra a un artesano llamado Roget de Gerona como el posible padre del telescopio –y que él habría conocido en 1609 en un viaje por Cataluña–, sino que además descabalga al mismísimo Lipperhey como inventor. Al parecer, y siempre según Sirtori, la idea de montar una lente cóncava y otra convexa le habría sido dada a Hans Lipperhey por un misterioso comprador que, en su taller, le habría encargado el pulido de estos dos tipos de lentes. Pero la forma en las que el anónimo cliente las habría probado –colocando una delante de la otra, y no por separado– podría haber hecho sospechar a Lipperhey. Ver qué ocurría al colocar las lentes en esta extraña posición debió de ser lo más fácil. Una historia apócrifa, edulcorada y seguramente falsa afirma que los hijos de Lipperhey habrían descubierto el poder magnificador de la combinación de las lentes jugando con ellas accidentalmente en su taller.
Grabado de Hans Lipperhey (1570-1619) realizado por J. Meurs para el libro de P. Borellus, “De vero telescopii inventori” editado en 1655. A la derecha, reproducción de la anotación del 2 de Octubre de 1608 ante los Estados Generales de La Haya donde Lipperhey reclama la patente del telescopio. Fue el primero en hacerlo
Grabado holandés de 1624 realizado por Johan de Brune en el que se representa a un hombre con un telescopio. A la derecha, grabado de Zacharias Janssen (1588-1638). A Janssen algunos le atribuyen la invención no sólo del telescopio, sino también del microscopio. Tenía sólo veinte años cuando el primero apareció en la Feria de Frankfurt de 1608. De reputación más bien dudosa –acuñó moneda española falsa durante años, siendo condenado por estafa– se salvó de la ejecución por inmersión en aceite hirviendo huyendo del país. Su hijo intentó, sin éxito, conseguir para él en 1655 la patente del telescopio
La mezcla de argumentos a favor y en contra de cada posible inventor hace que la pregunta sobre la paternidad del telescopio permanezca sin resolver. Ni siquiera de lo que pudo haber ocurrido en Holanda. Por esta última razón los historiadores holandeses fueron quienes primero abordaron seriamente la cuestión en el siglo XX. Y lo hicieron pacientemente, desgranando toda la documentación histórica de la época. En 1906 es Cornelis de Waard quien en su libro
De uitvinding der verrekijkers aporta nuevas claves. De Waard encuentra una mención intrigante en un libro de 1614 escrito por Simon Marius en Alemania,
Mundus Jovialis. Éste describe a un belga desconocido en la Feria de Frankfurt de 1608 que afirmaría ser el inventor del telescopio, el cual habría ofrecido uno de ellos a John Philip Fuchs, noble alemán. Éste rechazó la compra por el alto precio y porque una de las lentes estaba rota. Sin embargo, habría narrado el episodio al autor de la crónica –Simon Marius–, y manifestado su intención de construir uno. Este episodio impulsa a de Waard a afirmar que, aunque en efecto el telescopio emerge en Holanda en 1608, pudo haber sido diseñado con anterioridad en el norte de Italia, tal vez entre 1590 y 1600 y tal vez por Rafael Gualterotti, incluso con la ayuda directa o indirecta de los libros escritos previamente por Giovanni Della Porta.
Simón Marius, astrónomo alemán (1573-1624). En 1614 publicó Mundus Jovialis, en el que Marius afirmaba haber descubierto las cuatro lunas de Júpiter algunos días antes que Galileo. En el mismo texto se hace referencia a la Feria de Frankfurt de 1608
Las investigaciones de Cornelis de Waard permanecieron casi en el anonimato, quizá por incompletas o quizá porque poca gente es capaz de entender holandés fuera de Holanda. Así fue hasta 1977, año en el que su compatriota Albert van Helden publica una extensa monografía de título
The Invention of the Telescope. Las conclusiones de éste son similares: Della Porta probablemente, y Gualterotti posiblemente, habrían inventado el catalejo sin apercibirse de ello y de su importancia. En aquellos años las lentes de los anteojos eran tan frágiles que su invento no habría sido más que un juguete. Pero ambos historiadores no encuentran un vínculo convincente entre Italia y Holanda ni terminan de ajustar el suceso de la Feria de Frankfurt. De reciente aparición (2008) es el libro de Eileen Reeves que lleva por título
Galileo’s Glassworks: The Telescope and the Mirror. La colega de van Helden afirma en él que, aunque Giovanni Della Porta describe –de forma premeditadamente confusa– algo en apariencia similar a un telescopio, una lectura cuidadosa de sus textos lleva a la conclusión de que no se trata de una combinación de dos lentes, sino a la acción conjunta de un espejo cóncavo y una lente, lo que echaría por tierra las reclamaciones del italiano. De igual forma Reeves duda de los argumentos de Gualterotti, porque aunque éste hace uso de tubos huecos –denominados propiamente cerbatanas–, sólo disponen de una lente para mirar.
Estos últimos hallazgos significarían que, aunque los artesanos italianos habrían dominado casi desde el comienzo la fabricación de lentes y anteojos –en sus famosos talleres de Florencia y Venecia–, no existe una relación clara de los mismos con el “telescopio holandés”. Igualmente llamativo resulta el silencio posterior –tan poco usual entre los italianos cuando de invenciones se trata– respecto al descubrimiento, así como el testimonio de otro de los actores de la historia, el también italiano Girolamo Sirtori. Sirtori no reclama el descubrimiento para sí ni para sus compatriotas, sino que se limita a contar lo vivido en sus viajes. Y así nos transporta a 1609, año en el que conoce en Gerona a un “viejo artesano débil y cansado” al que denomina Roget, fabricante de anteojos, afirmando que éste le mostró, además de la armadura de su telescopio –muy enmohecido por el paso del tiempo–, las fórmulas para su construcción, autorizándole además “la anotación de las proporciones con tres puntos.” Gracias a ello Sirtori afirma haber perfeccionado sus experimentos y redactado las tablas reproducidas en su libro. Añade además que el Roget gerundense era hermano de un Roget de Borgoña, residente en Barcelona, y que con sus tres hijos –uno de ellos dominico– se dedicaban a la construcción de telescopios. “Nadie –afirma Sirtori en su
Telescopium– los ha trazado más exactos que ellos.”
¿Qué hay de cierto y qué hay de falso en este antiguo texto? ¿Existió la familia Roget? Para entrar en la pugna por la paternidad del “telescopio holandés” era necesario que algún historiador español hurgara en los antiguos archivos al modo y manera que había hecho Cornelis de Waard para Holanda. Y ese historiador fue Josep María Simón de Guilleuma (1886-1965). Simón de Guilleuma, médico oftalmólogo además de coleccionista de instrumentos ópticos e historiador, quedó sorprendido con la lectura del texto de Sirtori. Impelido por la proximidad geográfica de la hipotética familia Roget, Simón de Guilleuma se sumerge literalmente en los archivos catalanes de parroquias y ayuntamientos en busca de información para identificar a los personajes citados por el antiguo viajero italiano. Y el éxito le acompaña. Encuentra que el anteojero gerundense se llamaba Juan, y que estuvo casado con Juana, francesa, natural de la diócesis de Rodez y fallecida en 1614. Juan Roget habría muerto igualmente entre 1617 y 1624, probablemente después de la publicación del
Telescopium de Sirtori. Su hermano, el anteojero de Barcelona, se llamaba Pedro y procedía de Angulema. Habría estado casado con una tal Catalina Isern, que le habría dado cinco hijos. Uno de ellos, Miguel, era en efecto dominico, y otros dos, Juan y Magín, trabajaban en el taller con su padre y su tío. Los registros documentales habían dado su fruto y confirmaban lo escrito –en fechas, lugares y personajes– por Girolamo Sirtori.
Fotografía de carnet del doctor español Josep Mª Simón de Guilleuma (1886-1965), oftalmólogo, historiador local y coleccionista de anteojos. Simón de Guilleuma siguió las pistas escritas dadas por el italiano Girolamo Sirtori en 1612 para dar con los posibles inventores del telescopio en Cataluña
Pero Simón de Guilleuma no se detuvo aquí. Supuso, con buen criterio, que Juan Roget tenía que haber vendido posiblemente algunos telescopios a la aristocracia local, así que buceó en los antiguos inventarios de bienes y testamentos. La primera referencia la encontró datada en 1593, año en el que don Pedro de Cardona legaría una “
ullera larga guarnida de llautó” –anteojos largos decorados con latón– a su mujer, María de Cardona y Eril. A su muerte en 1596, este objeto sería heredado por su hijo Enrique de Cardona. Simón de Guilleuma quedó intrigado por la cuidadosa descripción notarial del supuesto telescopio, guardado en una pequeña arqueta con otros papeles y cartas, y de la que dedujo que no mediría más allá de veinte centímetros. Hay dos referencias más encontradas por Simón de Guilleuma a los que denomina “
ulleres de larga vista”. En 1608 y en 1613, en las posesiones de los mercaderes catalanes Jaime Galvany y Honorato Graner, respectivamente. La nueva referencia de 1608 coincide en el tiempo con el año en que aparece en la Feria de Frankfurt el primer telescopio holandés mencionado. Este supuesto telescopio fue vendido a la muerte de Galvany en pública subasta el 5 de Septiembre por el precio de cinco sueldos. Sólo unas semanas antes de las demandas de Lipperhey y Metius. El resultado de las investigaciones de Simón de Guilleuma se plasmaría en una comunicación presentada en el IX Congreso de Historia de la Ciencia celebrado en Barcelona en el año 1959, en una conferencia titulada “
Juan Roget, òptic gironí, inventor del telescopio, i els Roget de Barcelona, constructors del mateis.” Del mismo año es la emisión en Radio Barcelona, la noche del 19 de Octubre, de un boletín de divulgación histórica dedicado a sus hallazgos. Y poco más. Resulta bastante sorprendente que sólo unos cuantos estudiosos hayan oído hablar de él, y más teniendo en cuenta las referencias explícitas de Girolami Sirtori a la familia Roget. Desde luego que hay muchos elementos dudosos. Una muestra de estas dudas es que el llamado “anteojo de larga vista decorado con latón” de 1593 podía perfectamente haberse tratado de una pareja de lentes para la presbicia sujetas con un mango largo, al modo y manera –por ejemplo– de las conservadas como reliquia y que habrían pertenecido a José de Calasanz, el santo aragonés fundador de las Escuelas Pías y gran amigo además del mismo Galileo.
Cuatro siglos más tarde no parece posible que prevalezca una única versión de los hechos. Cada uno puede escoger de aquí y de allá, y muchas narraciones paralelas podrían ser ciertas en mayor o menor grado. Los mismos autores de este artículo se aventuran a recomponer el puzzle utilizando elementos probados documentalmente junto con suposiciones más o menos arriesgadas. Así, partiendo del hecho cierto de los hallazgos de Simón de Guilleuma con respecto al libro de Girolamo Sirtori, y también asumiendo como veraz el episodio de la Feria de Frankfurt contado por el astrónomo Simon Marius, podemos volver a arrancar la narración en 1609, fecha en la que Sirtori conoce al viejo artesano Juan Roget, y cuyos instrumentos ya están deteriorados por el uso y el abandono. De su taller habría salido el ejemplar de Pedro de Cardona, pero sobre todo el del mercader Jaime Galvany, vendido a su muerte en 1608. Una reconstrucción plausible nos llevaría ese año de 1608 hasta Frankfurt, cuya famosa feria –la mejor de Europa– se celebra comenzado el otoño. Hasta allí pudo haber llegado el otrora telescopio de Galvany fabricado por Juan Roget, cayendo en manos de un viajante de anteojos (¿Zacharias Janssen?) El joven mercader holandés intentaría la venta del extraño instrumento, aunque éste trajera una lente rota. El resto de la historia es conocido. Janssen casi conseguiría vender el telescopio al alemán John Philip Fuchs, quien debió de entender que Galvany era italiano. La venta no tiene éxito y el primer telescopio es rechazado, pero Janssen, consciente de su valía, decide comenzar a fabricarlos por su cuenta. Quizá él mismo encargara algunas lentes al taller de Hans Lipperhey que, a su vez, se percata de las sorprendentes consecuencias de alinear juntas una cóncava y otra convexa cuando su cliente acude a probarlas. En cuestión de semanas, casi de días, Lipperhey monta su primer telescopio y lo muestra al príncipe Mauricio el 25 de Septiembre. Una semana después reclama la patente. Demasiado rápido para Janssen y los demás.
Si esta hipotética secuencia fuera correcta, se reivindicaría la validez de los textos de Sirtori casi en cada detalle, explicando además otros sucesos como los ocurridos en la feria alemana. De hecho, las pesquisas del español Simón de Guilleuma habrían servido para respaldar al italiano como el primer investigador riguroso del origen del telescopio. Hay un hecho más que resaltar respecto a Girolamo Sirtori. De todos los lugares de Europa a los que habría podido viajar, la elección de la ciudad donde trabajó Juan Roget no parece ser una casualidad. Podemos de nuevo acudir al terreno de la especulación para suponer que tuvo algún tipo de información proveniente de ¿Janssen? que le hizo orientarse en la dirección correcta: España. Quizá si los modernos investigadores profundizaran algo más en la senda marcada por Simón de Guilleuma y la familia Roget tendríamos un cuadro muy diferente al que actualmente observamos. La historia del telescopio podría incluso experimentar un vuelco si, como pensaba el doctor Josep Mª Simón de Guilleuma en 1959, el origen del mismo no estaba en los talleres de los anteojeros holandeses de 1608, sino en el de un genio casi desconocido en Cataluña. Quién sabe si, durante los últimos cuatrocientos años, los astrónomos de todo el mundo han mirado los cielos a través de ojos españoles.
Lecturas complementarias:
1. The History of the Telescope, Henry C. King, Dover Publishers (1955)
2. The Invention of the Telescope, Albert van Helden, American Philosophical Society (1977)
3. Renaissance Vision from Spectacles to Telescopes, Vincent Ilardi, American Philosophical Soc. (2007)
4. Galileo’s Glassworks: The Telescope and the Mirror, Eileen Reeves, Harvard University Press (2008)