Ayer terminé la última novela de
Lorenzo Silva: “La reina sin espejo”. Si les digo que compré el libro el miércoles y lo comencé el sábado, se darán ustedes cuenta de que no me duró más allá de un fin de semana. Obviamente, eso es bueno, y da idea de lo absorbente, amén de ameno, de su lectura. Silva ha conseguido hacer de su pareja de
picoletos, el sargento psicólogo Vila –imposible escribir su apellido real– y la cabo Chamorro, dos sujetos interesantes, inteligentes, adictivos. Esta es su cuarta novela con ellos de protagonistas –amén de un libro de relatos cortos– y, a decir de muchos, la mejor. Yo no seré tan tajante, porque no he leído la primera, aunque sí el resto. Pero ciertamente me gustan. El argumento está bien llevado, la acción trepida desde la primera página hasta la última, y el ingenio en las conversaciones es muy notable. Tal vez, y ahí pongo uno de mis primeros peros, sobra precisamente eso, ingenio. Porque todos los personajes, comenzando por el propio Vila y terminando por el último de los secundarios, tienen siempre una frase al punto, una metáfora adecuada para cualquier situación. Eso no es muy creíble en la vida real, pero en una novela ciertamente funciona. Otra de mis dudas –¿es bueno comparar realidad y ficción?– es acerca de las bondades del cuerpo y su habilidad con todo tipo de adversidades, especialmente las de tipo técnico. Es lógico, y así lo marca la propia
marca de la casa, que Vila sea un lince y Chamorro una perfecta doctora Watson, pero más que dudable que cualquier otro empleado del orden público demuestre tamañas habilidades informáticas. Eso no se da ¿afortunadamente? en nuestra vida real. Y eso me da pie para la siguiente reflexión, la que llevo intentando hacer desde el principio (y que es la excusa para este comentario literario en un blog principalmente técnico y de internet): ¿Estamos seguros? Dicho de otra forma, ¿el autor quiere hacernos pensar que la tremenda agilidad demostrada por los investigadores para intervenir –siempre con una velocísima autorización judicial, por supuesto– teléfonos móviles o correos electrónicos es absolutamente necesaria para atrapar a los malos? Tiemblo sólo de pensarlo. Es más, incluso en la propia novela el lector puede intuir que, las más de las veces, no hay indicios claros de sospecha para tales intervenciones, y que la propia juez que respalda a Vila no hace sino dar “carta blanca” –por cierto, título de otra excelente novela de Silva– a todo lo que el sargento solicita. Y digo todo esto una vez que ya la UE ha aprobado el control, sin intervención judicial y sólo policial, de determinados datos de información electrónica, con la excusa de la lucha antiterrorista. Y ayer mismo se desvelaba en EEUU la escandalosa –incluso para los propios norteamericanos– actitud de su
presidente autorizando miles de intervenciones telefónicas sin que medie orden judicial alguna. La capa un sayo. A pesar de la gran novela, y del buen fin de semana que me ha hecho pasar, tanta agilidad y habilidad demostrada en destripar las comunicaciones privadas de los personajes de
La reina del espejo me ha dejado un regusto amargo. ¿Es ésta la sociedad en la que queremos vivir? Por desgracia, encontrar tantas buenas intenciones, tantos buenos policías y tantas buenas jueces quizá sólo se dé en una novela. Tengo mis dudas de que esto funcione –para bien– en la vida real.