Comentario semanal para el periódico El Día de Tenerife (ZonaWeb)
No pasa el día en que no intenten meterme la mano en el bolsillo. Y supongo que a ustedes les ocurrirá algo similar. Entre el centenar de mensajes de correo
spam diarios siempre encuentro media docena de otras tantas presuntas entidades bancarias. Lógicamente, de vez en cuando aciertan con la mía. A este tipo de timo informático han dado en denominarlo
phishing, palabro que parece tiene su origen en la contracción de los términos
password fishing, o pesca de contraseñas, para entendernos. En inglés suena mejor que escribir
carteronautas,
cibertrileros o
tranvía en construcción, por ejemplo. El principal problema de este nuevo delito no es tanto su éxito –basta con que un despistado entre un millón pique para obtener rendimiento al fraude–, sino en la pasividad, pereza o indiferencia de las entidades bancarias. Repasando las últimas noticias sobre este problema, parece que sólo la aragonesa
Ibercaja se ha tomado en serio, y sus informáticos con singular ingenio, el asunto. El fraude es burdo, casi patético –la macarrónica redacción españolizada de los correos llama a la carcajada mucho más que a la prudencia– pero, al igual que los timos clásicos del señor con la cabra moviendo los naipes velozmente sobre la canica, en ocasiones funciona. ¿Pueden los bancos garantizar la privacidad y seguridad en nuestras transacciones? Rotundamente, sí. ¿Y pueden poner en aviso sobre ello diligentemente? También. Y, si no, prueben a dejar una cuenta en números rojos o a dejar de pagar un crédito y verán como su teléfono echa humo. De siempre, la cuestión informática ha servido a los bancos como coartada para ocultar errores o desviar la atención e incluso el enfado de sus clientes:
"Perdone, el terminal está caído",
"ha sido un error informático, mañana le corregimos el traspaso de sus cien millones" o
"el recibo de la luz fue devuelto por el ordenador, lamentamos mucho que se le descongelaran cien kilos de langostinos al serle cortado el suministro." Mi banco, por ejemplo, pasa otros cien kilos de prevenir estos desaguisados. Aún más, aluden a los mecanismos informáticos como algo esotérico, veleidoso, ignoto y con vida propia. Hace poco, tras un cambio en la numeración de mi cuenta corriente para evitar el cobro de los gastos de mantenimiento –eso sí que es un timo y no el de las estampas–, me pedían en la sucursal que
solicitara cada vez, acudiendo a la oficina o por teléfono, la devolución. Porque, según ellos,
"el sistema informático no admite este tipo de operaciones." Toma ya. Ellos no son capaces de programar en su brutal sistema informático la trivial incidencia, pero yo sí en mi modesto ordenador una agenda para que me avise, manda huevos, de que tengo que llamarles por teléfono. Lo malo de todo esto es que las cuentas que vacían los carteristas de la red son las nuestras, y a ellos les trae sin cuidado. Claro que peor les resultará el negocio cuando todas estas comisiones que cobran por las transferencias a través de internet –coste cero para ellos–, tengan que volver a realizarlas aumentando el personal dedicado en las oficinas. Porque habrán conseguido que perdamos la confianza en internet. Al menos, en lo que a los bancos respecta.