Comentario semanal para el periódico El Día de Tenerife
No son los virus. Ni el spam. Ni siquiera Telefónica. Si hay algo o alguien capaz de sacar de quicio a los internautas, esto es la SGAE. La famosa Sociedad General de Autores y Editores, de la que hasta hace unos años nadie tiene ni idea de su existencia –tal vez ni existía ni se la echaba de menos–, se ha convertido en el malo por excelencia de esta película. Se lo han ganado a pulso. Pocas veces tan pocos influyeron tanto en tantos. Pocas veces se dio un caso tan clamoroso de favoritismo político hacia una sociedad privada con claro ánimo de lucro. El caso es que esta semana que termina no va a poder ser calificada de otra cosa que de
negra en sus anales. ¿Será el principio del fin? Ojalá. La primera bofetada se la dio el Senado, donde una propuesta popular –perdón, Popular, que no es lo mismo ni de lejos– que propugnaba la supresión del canon sobre CDs y DVDs que tanto y tan bien los alimenta salió adelante. La culpa la tuvo uno de los suyos que no se aclaró con la informática –su problema de siempre– y votó al contrario. El segundo revés se lo dio el Ministerio de Industria, por fortuna mucho más cercano al progreso y la cultura que su homónimo. Con la aprobación de nuevas tarifas y anchos de banda para la navegación mucho más acordes con las aguas europeas. Todavía seguimos viendo la popa de los demás barcos, pero todo es cosa de seguir esperando vientos más favorables. Y en tercer lugar, víctimas de su propio ridículo. Como les encanta pisar cualquier jardín, y más si no son de su propiedad, se les ocurrió enviar a uno de sus cabecillas –el letrado Pedro Farré– a unas Jornadas de Periodismo Digital. Y allí el supuestamente bien preparado abogado abogó, nada menos, que por la
supresión del anonimato en la Red. Examen de navegar por puntos y control de velocidad y descarga por radar. La ocurrencia no hace sino abundar en la pésima imagen que esta pequeña Sociedad tiene en la gran sociedad. Supongo que ellos pensarán que
dame pan y llámame tonto. Pero una cosa es el mero mercantilismo y otra, mucho más seria, las libertades del individuo. ¿Imaginan los señores de la SGAE el exigir la identificación a quien quiera comprar un disco en El Corte Inglés, por ejemplo, o una bolsa de pipas al tendero de la esquina? ¿Marcar el NIF al utilizar una cabina telefónica? ¿Acceder a un mostrador de información con el DNI en la boca? ¿Firmar cuando compremos un cupón de la ONCE? ¿Llevar una tarjeta con nuestro nombre en la solapa cuando salgamos a pasear? ¿Comprar un periódico presentándole al quiosquero una lista de lectores? ¿Enviar una carta siempre con remite? ¿Una procesión donde los cofrades lleven los capirotes en la mano? Pues eso. Con la Iglesia hemos topado. Además, los auténticos héroes siempre son anónimos. Y si no, ahí están Supermán, Batman, el Zorro o Spiderman para demostrarlo. Este último, de red en red, por cierto.