Comentario semanal para el periódico El Día de Tenerife
Desde hace unos cuantos meses podemos encontrar un sinnúmero de informaciones acerca de la conveniencia o no de extender el concepto de patente, sobre todo en estos tiempos donde las nuevas tecnologías han hecho brotar ideas como champiñones. El problema radica en que no se tiene muy claro qué patentar. Patentar un producto parece claro, por ejemplo un CD, y así Phillips cobra por ello. Hacerlo con un programa de ordenador no está tan claro, porque cuesta distinguir si lo novedoso es la funcionalidad, el propio código o la aplicación terminada. Y patentar una idea es, definitivamente, de lo más confuso. La llamada ley de Patentes ha ido y venido por la Unión Europea todas las veces que los políticos han estimado oportuno,
hasta que por fin ha sido aprobada. Seguramente por aburrimiento del personal, cosa bastante habitual en Bruselas. Obviamente, ya no volverá más. El modelo intenta combatir –o imitar, quién sabe– las leyes norteamericanas, donde los abogados son legión. Ignoro si tienen cabras o himnos, pero son igualmente feroces. El último ejemplo sonado de estas “actuaciones” –empleando su propia jerga, o más bien juerga–, ha sido el sufrido por la multinacional japonesa Sony. Allí un
juez ha ordenado la suspensión de las ventas de nada menos que las Playstation. Y Sony tendrá que pagar unos 70 millones de euros a una compañía totalmente desconocida –tanto que ni me acuerdo del nombre–, cuyos picapleitos han convencido al docto tribunal –posiblemente ágrafo en cuestiones digitales, como la mayoría– de que ellos poseían los derechos sobre la machangada que hace vibrar el mando cuando, por ejemplo, Gasol machaca el aro. No he leído que nadie les dé la razón, pero han puesto a los nipones en un brete ahora que acaban de lanzar su tecnológicamente admirable Playstation de bolsillo –PSP–, de la que van a vender 5 millones sólo en los EEUU.
A los europeos nos harán esperar unos meses aún, porque su producción no alcanza la demanda. Imaginen la broma. Sin embargo, muchos de los grandes hallazgos en nuevas tecnologías no se han patentado. Así Xerox inventó la Ethernet, Intel el microprocesador, Bell el mismo transistor o IBM el primer lenguaje de programación de alto nivel. Y ninguna los patentó, lo que propició el vertiginoso desarrollo posterior. ¿Hasta dónde queremos llegar patentándolo todo? ¿Se imaginan patentes sobre las recetas de cocina? ¿Quién inventó el barraquito al que tanto le debo? ¿Se imaginan que Julio Verne hubiera patentado sus inventos? ¿Surcar el mundo en globo, navegar bajo el agua, viajar a la Luna o al centro de la Tierra? Los niños de antes pudimos soñar. Los niños de ahora ven frustrados sus sueños por culpa de un ejército de abogados sin escrúpulos. Ya ni con videoconsolas les van a dejar jugar. Vuelta al carro de madera y al balón de trapo.
P.S.: Debido a las ya conocidas vicisitudes en Blogalia, este comentario salió publicado en papeles antes que en pixeles. Disculpen.